
PARTE I:
UNA IDEA SOBRE "EL LUCHADOR" y ARONOVSKY
Siguiendo la carrera del realizador Darren Aronovsky uno se encuentra, siempre, con un cierto elemento común. En realidad, denominarlo elemento me resulta inapropiado porque denota algo específico; es en realidad un asunto o un aspecto del hombre: una flaqueza de la condición.
Podría tratar de denominarlo específicamente, entendiendo cada término con un sentido amplio, y hablar de una dependencia, una obsesión, una atadura o una "droga", en su sentido menos literal. Es el fanatismo de Sean Gullette por desentrañar el misterio del número en PI; la caótica búsqueda de la felicidad en los tres personajes de Requiem para un Sueño; la obsesión "inmadura" de Hugh Jackman por evitar la muerte de su mujer en La Fuente de la Vida; o la inexorable condición de luchador en Mickey Rourke, en esta película.
Es decir, los personajes de Aronofsky se enfrentan siempre a una dependencia vital, de la que no pueden desprenderse, y con la cual intentan hacer de ellos la realidad que los alberga: o mejor, hacerse un lugar en ella. Los mecanismos son diversos. En PI los cálculos y el cuestionamineto filosófico, en Requiem para un Sueño son las drogas, en La Fuente de la Vida es la ciencia y la mismísima fuente.
En El Luchador, en cambio, Ram (Mickey Rourke) no busca su lugar a partir de su dependencia porque, justamente, es su dependencia lo que ha perdido (y por lo tanto su lugar): el de la lucha y el de luchador. Por esta razón, esta es la primer película de Aronovsky que ataca fuerte al alma del espectador y no a los sentidos o las ideas. Aquí, ante el desamparo de dejar atrás esa flaqueza de la existencia humana (según la cual dependemos de algo para poder existir y relacionarnos con la realidad), lo que queda delante de Ram y de la cámara es, lisa y llanamente: la realidad.
Y con ella el caos. Un caos que es mostrado en plano secuencia, renegando del corte y afianzando más firmemente la sensación de lo real. Y es en ese espacio secuenciado por donde seguimos a Ram y a su intento de reestablecer o generar un nuevo lazo que sustituya aquella dependencia. Lo que antes era de una manera, mientras luchaba, ahora se resignifica: y por eso cambia su relación con Pam (Marissa Tomei), con el Supermercado, y resurge la relación con su hija (Evan Reachel Wood).
En este desamparo, casi de mendigo, aflora otra cara del luchador adorablemente representada por Mickey Rourke: la tierna y temerosa crisis existencial de un robusto y decrépito entretainer. Y de esta conjunción de brutalidad y ternura, de choque o desencuentro con la realidad y sus otros habitantes y, a su vez, del esfuerzo gigantezco por lograr establecer aquel nuevo lazo de dependencia vital, de donde surge la bellísima poesía sobre la decadencia que contiene esta película.